Pan y Circo…
La vigencia de la fórmula es sorprendente.
Pasan siglos y siglos sin que la teoría darwiniana haya servido para mejorar a los humanos.
Hemos pasado por guerras, hambrunas, dictaduras, revoluciones, tsunamis, terremotos, cambio climático, todo tipo de vicisitudes sin que nosotros nos hayamos percatado de la necesidad de superar nuestras atávicas costumbres.
Hay científicos que niegan a Darwin, sin ser creacionistas, y yo me apunto.
Ante los desastres acaecidos nos seguimos aferrando a lo más primitivo, comer y divertirnos a costa de lo que sea.
También es cierto que los ciclos económicos nos maltratan. En cuanto llegan vacas flacas los gobernantes ávidos de nuestra riqueza, suficiente para elevar nuestro cociente intelectual, se dedican a quitárnosla suprimiendo por ejemplo la Educación pública.
Las realidades se multiplican de tal forma que algunas se convierten en nichos sociales inexpugnables e impermeables a todo lo que no sea pan y circo.
El empobrecimiento no puede dedicar tiempo a nada que no sea resolver las necesidades básicas.
Vamos subiendo y bajando las cuestas económicas tan obsesionados con tropezar lo menos posible que no hay tiempo de «darwinismos».
Ejemplos de no evolución pueden ser que disfrutemos de matar toros, fiestas populares con vaquillas, los Sanfermines, tomatinas sin pensar en que es derroche, fútbol a costa de agredir mordiendo al contrincante.
Para Darwin sería inconcebible nuestro definitivo estacionamiento evolutivo. Para nosotros debiera ser motivo de preocupación.